jueves, 8 de febrero de 2007

En vano

La Gran Medusa quiso alzar sus ojos. Pero no tenía ojos.

La Gran Medusa quiso hablar y defenderse de tanta usurpación de su mensaje y su memoria. Pero no supo cómo.

La Gran Medusa trató de llamar la atención de su primer profeta, la Marmita de ebúrneos antebrazos, quien, de puro zen que se ha vuelto, apenas sintió el ulular de las morsas y el bramido falaz de un abeto en celo.

La Gran Medusa se transmutó en alegre coro angelical, en bullanguera reunión de amigos, en tormentosa discusión futbolera. Volvió a resultar inútil.

La Gran Medusa decidió sumirse en el sopor de los tiempos en la confianza de que agua y cauces se armonizasen y el sentido común volviese a sus elegidos.

El sopor de los tiempos será el sueño de los tiempos.

Sus elegidos ya no son sus elegidos.

Fernando de los Ríos estaba feliz porque iba a poder cumplir su sueño, que no era otro que viajar al paraíso en la tierra que suponía la Unión Soviética y poder entrevistarse con Lenin. En los días previos al encuentro se le permitió pasear por Moscú y hablar con sus gentes. Lo que vio y escuchó le heló la sangre. Cuando por fin se reunió con Lenin, tras un rato de conversación al bueno de Fernando se le ocurrió preguntar: -si, pero... ¿y la libertad?- a lo que Lenin respondió: -¿Libertad? ¿Para qué la libertad?

La solución, en breve.

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