martes, 12 de diciembre de 2006

Dios nos libre de los tibios

Anoche me visitó la diosa.

Entre aleteos espirituales y un fuerte olor a pelo quemado bramó con hirientes frases.

Yo me cisqué en ella misma.

Emitió un ruido áspero y tomó forma humana.

Era idéntica a Edith Piaf.

Nos saludamos.

Cantamos "Milord".

Bailamos "Milord" lanzando patadas al aire. Primero la derecha. Luego la izquierda. Luego la derecha. Luego la izquierda.

Tomamos asiento.

Pedí disculpas por el mal estado de mi morada, pues, tras el pavoroso incendio donde perecieron carbonizados Bob Geldof, Elton John y los dos Bonos, apenas había tenido tiempo siquiera de hacer desaparecer las pruebas.

Lo arregló todo en un pis pas. Por algo era diosa.

Se posó el silencio.

Se hizo intenso.

Me miraba.

Yo lo intentaba.

No podía sostener su mirada.

Siguió mirándome.

Se levantó.

Dijo: ven conmigo.

Me cogió de la mano.

Me llevó por las calles de la República Serenísima.

Los contenedores de basura humeaban.

La carta de colores iba del blanco al negro pasando por todos los grises posibles.

Llovía, hacía viento y mucho frío.

Por todas partes había fotos del Gorras, que se hacía llamar absurdamente Tomoya I.

Su Guardia Civil Zurda golpeaba despiadadamente a los niños y a los viejos.

Por doquier sonaban en altavoces consignas y discursos de Tomoya plenos de rencor y resentimiento.

Me hice visible ante la gente. Soy yo, Zepporro Máximo, el amigo de los niños, vuestro anterior Presidente, todo candor, todo bondad, todo alegría. Soy jovial, soy dicharachero, soy espléndido, soy cortés, soy el elegido por la Gran Medusa.

No me reconocieron.

No me conocían.

Jamás habían oído hablar de la Gran Medusa.

Ni de la República.

Ellos siempre habían vivido en Tomoyasville y honraban a su dictador.

Sólo Tomoya conocía la verdad.

Y se consideraban afortunados de poder recibirla.

Se consideraban afortunados por ser azotados todos los días.

Se consideraban afortunados porque todos los días podían disfrutar del visionado de la única película permitida, la película oficial de Tomoyasville: "La tormenta de hielo".

Se consideraban afortunados porque en el incendio que devastó todos los libros de la ciudad, sólo sobrevivió el escrito por Tomoya: "Mi luchita".

Se consideraban afortunados porque tenían un embajador que todavía no había vuelto de la China, pero, como era tan gracioso, todos los días enviaba a un súbdito aletoriamente una carta con ántrax. El juego nacional era ver a quien le tocaba la carta. Qué divertido.

De repente estábamos de vuelta en mi cubículo.

La diosa me miraba.

Me miraba en silencio.

- ¿Has entendido algo?

- No puede ser verdad tanto sufrimiento, tanta infamia, tanta injusticia.

- He querido que vieses como sería la República sin ti. Debes luchar, Zepporro. Debes resistir. Debes combatir.

- Estoy solo, fané y descangayado.

- Trataré de ser más obvia con Gandul Zente Sagaz, que con tanto Gorgo y Mormo y tanto ritual se pierde en las formas y no se entera de nada. Con tal de sacrificar cabritillos prefiere vivir en la duda. En mi última aparición me puse una camiseta que decía Zepporro bueno, Tomoya malo, y ni aún así se enteró.

La diosa se levantó.

- Me piro- dijo, mientras el Orfeón Burgalés entonaba el "Lacrimosa".

Yo también me levanté.

Cantamos "La vie en rose".

Volvimos a cantar "La vie en rose", pero esta vez en versión de Grace Jones, pues convinimos que molaba más.

Nos abrazamos.

Se volatilizó dejando un tierno olor a perro muerto.

Seguimos en la lucha.

No hay comentarios: